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Una experiencia en el Bosque la Esperanza en Manabí

Actualizado: 22 may 2020

Parte importante en la vida de un biólogo son las vivencias que se ganan al encontrar a gente apasionada por la naturaleza. Hace ya casi 15 años viajé por primera vez a la amazonia ecuatoriana, específicamente al bosque húmedo tropical en Yasuní.  En aquella época, viajé como estudiante del curso de Técnicas de Campo dictado en la carrera de Biología de la PUCE, y de hecho fue, para mí, una experiencia increíblemente enriquecedora. No solo aprendí el trabajo de un biólogo de campo, este lugar se volvió uno de mis favoritos por su gran diversidad y la increíble energía que transmite. Es un lugar donde conocí a mucha gente valiosa que vive la biología y trabaja para preservar las pocas áreas naturales que nos quedan. Es así como conocí a Anelio Loor, un parabiólogo muy entusiasta, motivado y comprometido con la conservación.

Años después, cuando volví a Yasuní, me encontré nuevamente con Anelio y me contó sobre su idea:  conservar un parche de bosque en Manabí, al que llama Bosque la Esperanza. Con la motivación de conocer su gran proyecto, visité la Esperanza, en la comunidad El Zapote (El Carmen-Manabí). Allí fui acogida como un miembro más de su familia, sus vecinos calurosamente me recibieron y algunos sorprendidos nos miraban con curiosidad. Tres biólogos buscando serpientes, lagartijas y ranas, donde seguramente se cuestionaban, ¿por qué buscan animales que para muchos no son agradables?

Durante este tiempo Anelio fue nuestro guía y nos enseñó aquel bosque que conoce como la palma de su mano, ya que ha trabajado arduamente para inventariar la flora allí existente. Éste es un bosque especial ya que se encuentra en un área afectada por ganadería y agricultura, donde el bosque original que viene desde el sur de Colombia ha sido gravemente fragmentado. Anelio en su pasión por conservar ha empezado procesos de restauración en su propiedad. En una semana de trabajo en este bosque, pudimos registrar algunas especies de anfibios y reptiles e interactuamos con personas de la comunidad. Inclusive, logramos librar a unas cuantas personas de sus miedos y rechazo hacia este grupo de animales, tan solo con explicarles su función en el ecosistema.

Así como Anelio, hay muchísima gente trabajando, únicamente con sus recursos, por la conservación de los remanentes de bosque en todo el país.


Cada vez que realizamos trabajos de campo para investigaciones, y ahora en mi caso también para transmitir a nuevos estudiantes, el respeto a la naturaleza y las técnicas de campo que alguna vez también aprendí, viajamos largas distancias para llegar a sitios prístinos o en proceso de recuperación y maravillarnos con la tan exclamada diversidad ecuatoriana. Sin embargo, a lo largo del camino también podemos ver el destrozo que ocasionamos con actividades extractivas, en pro del desarrollo económico. Ahora bien, está en nuestras manos recuperar algo de lo perdido y mejorar nuestras prácticas para evitar daños permanentes; y Manabí nos brinda una oportunidad increíble para trabajar en post de la conservación y del manejo sustentable de la tierra. 


Alguna vez alguien me dijo, no se ama lo que no se conoce y pues tampoco conservamos lo que no amamos. Es por eso que empezamos estudiar la gran diversidad de esta zona y queremos transmitir ese conocimiento como herramienta de conservación. Actualmente, Anelio y la comunidad iniciaron la construcción de un espacio para recibir a turistas, estudiantes e investigadores e iniciar la gran labor de difusión del conocimiento de la diversidad del bosque La Esperanza. Mi objetivo, como parte de la Fundación Great Leaf, es apoyar iniciativas como las de Anelio y trabajar de la mano para lograr conectividad entre la conservación de los bosques, la investigación y el desarrollo local autosustentable, para unir esfuerzos hacia la recuperación de nuestros bosques. Este es el primer paso que dará pie a diversos proyectos que generen un cambio en pro de la conservación.

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